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Musiquita

miércoles, 20 de septiembre de 2006

no me odies por ser chilango (segunda )parte

Recuerdo muy bien que me sentía renovado, lleno de energías, dispuesto adejar atrás las viscisitudes del pasado. Frente al mar tantas cosas me habíanquedado claras... ahora era solo cuestión de afrontar y aceptar mis errores, separar lo malo y lo bueno, edificar un nuevo futuro basado en el autoaprendizaje, en el crecimiento interior....Y también recuerdo que estaba pensando en todas estas pendejadas cuando me tropezé con una chamaca de nada malos bigotes, y que tras las disculpas de rigor de mi parte por haberle tirado sus libros y su café, me platicó que acababa de llegar de su natal San Hilario, en el bello estado de Cuévano a hacer unos experimentos para su tesis de licenciatura en uno de los laboratorios de bioquímica. Clementina Vázquez Rioja, con su mochila nueva y sus tenis lavados a mano, con su camiseta de Yo *corazón* Cuévano bajo un suetercito azul.Para que le doy vueltas. En dos días de conocerla y de pasearla por el Centro Cultural, Coyoacán y anexas estaba yo más enamorado que la tinta en el cuaderno de un poeta que ha sido remojado en un barril de ajenjo por setenta y dos horas y luego puesto a serenar bajo una luna de octubre.La chamaca no solo era simpática, sino que tenía una deliciosa actitud proviniciana, que la hacia ver no sé, inocente. Me encantaba que sus ojos brillaban con un fulgor reverente cuando le contaba de las películas de Egoyan y de Kusturica en la Cineteca o de los toquines de Rockotitlán (a los que para ser honesto muy rara vez iba, por miedo a las madrizas). Además, pues no cantaba mal las rancheras en eso de las calenturas, y usualmente después de una tardes con ella en algún parque, llegaba a mi casa arrastrando la cobija y cargando un par de enormes y azuladas gónadas.La vida, la familia y los cuates me valieron gorro. Había encontrado el amor y lo demás ya no tenía sentido. Pero había un problema, los meses corrían rápido y mi tortuga se regresaría a su tierra lejana, dejándome en la calle de la amargura , y pues no lo podía permitir. Fuí de volón pinpón con el Dr. Melesio Durabán Callejas, que era todo un experto en cuestiones de intercambios de estudio con otros estados de la República. Sonriendo me preguntó si mi súbito deseo de estudiar las propiedades de los polícarbonatos en el calor exhasperante de Cuévano, era por una chamaca, pues de otro modo no lo entendía, a lo que sonrojado solo asentí indiferentemente. Luego defendí mi posición haciendole ver lo interesante del problema de los plásticos y de lo interesante de las macromoléculas. "Ya, ya", me dijo. "Párale, déjame echar unos telefonazos y ven el lunes a verme".Para no alargar demasiado esto, solo les contaré que en tres semanas mas o menos tenía ya una beca de Pemex-Semarnap para echarme un semestre en el estado natal de mi dolor de cabeza, estudiando algo que en mi vida hubiera pensado que me interesara. Fuí a contarle a mi bella Clementina. Casi volé por los pasillos, ansioso de darle las buenas nuevas.Pero la jeta pálida de Clementina ante la noticia no me pareció muy buen augurio. Aunque después me dijo que sólo era la sorpresa, y que pues qué chingón. Me enseñaría su ciudad, me presentaría a sus amigos y a su familia y comeríamos todas los platillos deliciosos de los que me había presumido tantas veces ante las insípidas sopas de fideo de la fonda Maru afuera del metro Universidad.Llegamos a San Hilario, que, siendo capital de estado era como todas las ciudades grandes: ruidosa, llena de tráfico, copeteada de anuncios monumentales... aunque eso sí, con un cielo azul profundo, y con calles que ostentaban grandes árboles con follajes de un verde intenso. Los edificios en el centro eran de primorosa arquitectura europea con herrajes bien cuidados. Me encantó sobremanera el aroma de las flores que emanaba de los puestos al aire libre junto a la catedral, y más aún el que emanaba de la calle de los merenderos y panaderías, subiendo por la amplìsima calle Hidalgo el campus central de la Universidad Nacional Autónoma de Cuévano rumbo a las sobrevaluadas colinas en el Oriente.Habíamos quedado en que yo pasaría unos cuantos días en la casa de Clementina (sus papás ya de acuerdo) en lo que me encontraba una casita de huéspedes adecuada. La idea era además que pudiese disfrutar de la ciudad y los alrededores (màxime si es en compañia de mi adorada novia, pensaba yo) y pues todo sonaba muy conveniente.Llegando a la casa de Clementina, ella falló en invitarme a pasar, y me dejó en la puerta viendo como corría a saludar a su gato, a su guacamaya, a su abuelita y a su madre. Don Guillermo Vásquez se levantó de su asiento, saludó efusivamente a su hija y luego se acercó lentamente a la puerta para invitarme a pasar y ayudarme con las maletas. "Pero muchacho porqué te quedas en la puerta con el calor que està haciendo". La madre de Clementina me saludó con sonrisas educadas, y me ofreció un refresco antes de echarme la primera cubetada de agua fría: "así que tu eres el amiguito de m'hija de allá del DF. ¡Ay! que bueno que hicieron esa amistad tan bonita y que nos la cuidaste, nosotros estábamos preocupados de que estuviera tan sola. Como aquí se la pasa con su novio pues no hay problema, pero lo que era allá no sabíamos nada...". No supe que contestar, pues el esfuerzo por no parecer ofuscado era grande, y por toda señal de respuesta ante las palabras de su madre, Clementina se hizo de lo mas taruga, evitó mi mirada y fué a darse un baño porque "estaba toda sudada del viaje".Traté durante los siguientes tres días de tocar el tema de ese tal novio con ella, pero se rehusaba cada vez de manera más violenta. Además que en cada paseo o en cada caminata por las calles del centro, se convertía poco a poco en una guía de turista de amabilidad forzada y me pedía que no la abrazara o tomara de la mano porque "la gente aquí no es como allá en el DF, ¿ok?". Para el cuarto día me había quedado claro que ella estaba negando nuestra relación por completo y me quedo claro también que la había supercagado cuando fueron obvias las llamadas de un tal Eduardo con el que pasaba hasta una hora hablando por teléfono en cu cuarto.Llegó el primer sábado y habíamos quedado en salir con sus amigos. Ella me preguntó en la tarde si deveras quería ir, porque pues me veía algo cansado y tal vez era mejor que me quedara y al otro día podríamos visitar unas aguas termales que quedaban a una hora de la ciudad. Mis celos no me dejaron aceptar eso, así que insistí en ir. En el carro iban su hermano y su primo, un cuate que desde lo conocí me cayó perpendicularmente en la asíntota del glande por comentarios del tipo: "Si pues, una vez vinieron unos chilangos americanistas a un partido del Atlètico [de Cuévano]. Ya sabes, todos con sus camisetitas y en un puto Jetta. Los teníamos bien observaditos, y guey, les acabamos super partiendo la madre afuera del estadio cuando empezaron con sus porras"... "Hacia el sur, por la Basilio Badillo antes estaba bien chingón, pero puta, se empezó a llenar de chilangos y valió madre"..."Ese era chilango, no lo podía negar, con sus tenis de esos conbers y su pinche pelo largo como de puto...". Y mi favorita: "antes las peseras eran màs o menos, pero con tanto pinche chilango, ahora te subes y apestan de la chingada, yo ya ni me subo a esas madres, que pinche asco".Era admirable la tenacidad con la que intentaban hacerme ver que no era bienvenido, y ante las risas contenidas de Clementina, yo solo permanecía callado, viendo hacia la calle por la ventanilla. "Serenidad y paciencia", dijo Kalimán, pero la neta es que sin turbante me estaba costando mucho trabajo.En el antro, estos cabrones pidieron una botella de 3/4 de tequila Jimador a pesar de que salía casi igual de cara que una de Absolut. Se sirvieron todos sendas palomas, bien cargadas y se aseguraron de solo dejarme un minichorrito al final diciendo "ahorita pedimos otra" y luego se carcajearon, incluida Clementina, que después se arrepintió y me miró con cara falsa de osito. Me acarició un hombro y me cayó el veinte que era la primera vez que se ma acercaba en el día. Pendejo de mi, intenté dar un movimiento para besarla pero ella se endureció de inmediato y me dijo "ni empiezes. Vine a divertirme, no a soportar tus estupideces". El primito, que tenía la oreja parada rió con toda la sorna posible.La plática imbécil continuó. Pero entonces me pedí para mi solo una cuba de solera y tomé la palabra: "¿saben el origen de la palabra chilango? Pues sucede que a principios de siglo en la ciudad de Mèxico había una calle en el centro donde se ponían unos puestos de caldos de gallina, que eran muy baratos. Eran más que nada para los crudos que salían de las pulquerías y otras del centro, pero sobre todo se atascaban de gente de provincia que llegaba emigrando a la ciudad y que tenían tan poquito dinero que solo para esos caldos les alcanzaba, y por unos cuantos centavos podían llenar la pancita de sus numerosas familias. Dicen que muchos eran precisamente de Cuèvano, y pues ves que ustedes son muy aguantadores con el picante, ¿no? asi que los cuevanenses se daba a notar porque le ponían mucho chile verde picado a sus calditos, y todos se sorprendían, decían "orale, estos comen harto chile, con chileros, chilosos, chilangos" y de ahí se quedo la palabra, pero pues entonces chilango es aquel que viene de provincia y se queda a vivir en el df, y no al revés, ¿me entienden?"El primito se retorció en el asiento. Clementina y su hermano se me quedaron viendo muy raro, como escudriñando mi mirada en busca de enojo. Clementina hizo una mueca de hastío y abrió la boca para decir algo, pero decidió no hacerlo y buscó refugio en el popote de su paloma. Primito dió una nueva estocada: "Lo que más me da coraje es que aquí cuando vamos a las ruinas Poltecas en Valle Rojo, está la tienda de artesanías, y te venden de esos pinches calendarios azteca de cobre. No mames, es territorio sagrado Polteca y estos mamones vendiendote esas pendejadas". Di un sorbo a mi cuba, prendí un cigarro y asestè mi propio mandoble: "Bueno, bueno, pero es que si a esas vamos, allá en el Templo mayor, el corazón de la cultura prehispánica, también te venden las estelitas Poltecas y los tigritos como esos de la pirámide de Valle Rojo, y pues estarás de acuerdo allá también es territorio sagrado Azteca ¿no?".El hermano de Clementina, rojo ya como un tomate del coraje, se levantó del asiento simulando que iba a ir al baño, aunque yo sabía que lo que iba a intentar era empujarme o algopara empezar una pelea. Pero en eso llegó a la mesa un cabrón como de dos metros de alto, con un sombrerito de vaquero, botas, reloj de oro y bigotito recortado. Fué directo a mí: "Hola, como estás, yo soy Eduardo, el ex-novio de acá de Clementina. Te felicito, compa, porque ella es la muchacha más chula de la región. ¿Te molestaría si bailo con ella esta canción?"Neta que no supe que contestar. Solo me hice a un lado para que pasara Clementina, que se había parado como resorte y no sabía a quien mirar, si a Eduardo o a mi. Don Primacho levantó su cuba e hizo un brindis con Eduardo, algo así como "Ese Eddie, ¡que se diga salud, brother! ¡Muéstrales quien es el mero mero chingao!"Yo seguí tranquilo con mi cuba. Estaba ya tan desilusionado y tan encabronado que me empezó a valer gorro todo. Conté de nuevo mis cigarros y me los guardé, asegurándome de ese modo que el carnalito de Clementina no me los siguiera gorreando. Soporté un par de minutos sin ver a la pista hasta que decidí que era mejor afrontar la realidad.Eduardo bailaba asegurándose de quedar él viendo hacia nuestra mesa, con Clementina dándonos la espalda. Bailaban separados, y platicaban con cierta tensión por lo que se alcanzaba a ver. En un momento dado él se acercó para decirle algo al oido. Ella reaccionó con una cachetada tan sonora que se alcanzó a oir sobre la música estruendosa. Varias parejas se hicieron a un lado, pero entonces Clementina agachó la cabeza como una cabrita, y la recargó en el amplio torso de Eduardo, quien entonces volteó a vernos (a verme, pues) y sin más preámbulos bajó sus manos hasta las nalgas de Clementina y las agarró fuertemente, asestándole luego un beso atascado al que ella reaccionó apasionadamente.Me levanté y dije "Buenas Noches". Sorprendentemente el hermano y el primo de Clementina estaban de pronto muy muy serios, y contestaron "buenas noches" en voz baja, sin dejar de poner atención a la pista, como no queriendo mirarme.Salí de la disco, estaba lloviznando y las calles estaban ya empapadas, algo lodosas, reflejando luces. El aire estaba tibio y húmedo, pero aún así me refrescó la cara. Yo tenía un nudo en la garganta y lo que más me daba coraje es que me impedía darle el golpe al cigarro. Empezé a caminar por la avenida, que aún estaba concurrida, y además poblada de puestos ambulantes de chucherías y artesanías baratas.Me acerqué a un puestito de pulseras de esas de piel con figuritas talladas en resina y en marfil falso. Levanté una que me gustó por tener una figurita con forma de antílope muy bien hecha. Una voz me hizo una oferta: "levántale sin compromiso amigo, te damos buen precio". Volteé y ví a una chava morena morena, flaca flaca, de cabellos largos largos, con pantalones entubadísimos hasta los tobillos, botas negras y gastada camiseta del Tri 25 años. A su lado su esposo o novio se afanaba amarrando un broche a una cinta, usando unos alicates viejísimos. "¿de dónde eres carnal? tu no eres de aquí, ¿verdad?". "no", dije, "soy del pinche DF"."Uchale, mi buen, pues entonces estás bien jodido, aqui odian a los chilangos, no se si ya te has dado cuenta". Sonreí, y le pregunté a la chava de dónde eran ellos. "De Cuernavaca, mi buen, pero pues es casi lo mismo. Pinche maldición ¿no?".Empezó a arreciar la lluvia.

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